Corresponde al movimiento del 15-M haber puesto de manifiesto la dimensión política de la crisis. Los gobiernos se han demostrados incapaces, ineficaces o faltos de voluntad para afrontar la necesidad de dirigir las reformas del sistema financiero. Y en lugar de ello se han dedicado a imponer a sus ciudadanos recortes en derechos sociales tendentes a aplacar la voracidad de ganancia de esos mismos mercados financieros que especulan con la deuda contraida por los estados. Deuda cuyo origen está en el rescate financiero sufragado por los fondos públicos. Ahí está el núcleo del mensaje político que denuncian los jóvenenes convocantes de las concentraciones. Ese es el significado profundo de lemas como “le llaman de democracia y no lo es”, “no nos representan” o “esto no es una crisis, esto es un atraco”. Con este movimiento se pone en evidencia el fracaso del bipartidismo para dar respuesta a situaciones que requieren otra forma de plantear la organización de la polis. El cambio de partido gobernante es la principal herramienta con que cuentan los ciudadanos para manifestar su descontento. Lo pudimos constatar el domingo 22 de mayo. Pero el movimiento del 15 de mayo pone de manifiesto que las elecciones son una condición necesaria pero no suficiente para una democracia efectiva. Los jóvenes cuando corean “no los votes” están poniendo el dedo en la llaga de algo evidente. Quien llega al gobierno no se aparta del guión que le imponen los “mercados financieros” y las instituciones que los representan. Por eso los jóvenes y quiénes les acompañamos pedimos profundas reformas democráticas que tendrán que expresarse en varios niveles y tendrán diferentes alcances.
Una primera cuestión que ha sido puesta en evidencia por el movimiento del 15-M, es la dificultad que tienen los ciudadanos para expresar su malestar frente a las diferentes alternativas que concurren en unas elecciones o frente a la propia forma de organizar la democracia, su sistema electoral, la forma de repartir los escaños, las listas cerradas, etc. Para quiénes quieren expresar su disconformidad con las actuales reglas de juego o con las diferentes alternativas en litigio, no queda otra salida que la abstención, en la que queda confundida la actitud activa con la pasiva, el voto en blanco que favorece a los partidos más votados, o el voto nulo con mensaje político simbólico. Todas estas medidas tienen un alcance muy limitado en el tiempo. Sería un signo de salud política hacer más visible, de forma permanente, este divorcio entre sociedad y representación política. Y una forma fácil de conseguirlo sería que los votos en blanco se expresaran mediante escaños vacíos. De este modo se pondría en evidencia que algo no funciona y se estimularía a los partidos políticos en general a dar una respuesta a lo que no funciona.
En segundo lugar, las medidas tendentes a la reforma del sistema electoral demandadas por el movimiento del 15M, facilitarán una representación más proporcional a los votos obtenidos y más acorde con el ámbito territorial sobre el que se vota. La circunscripción única para las elecciones al parlamento y la sustitución de la ley D`Hont, por una representación proporcional favorecerá un cambio en el mapa electoral sustancial, en el que se abrirá paso a una mayor representación de partidos hoy minoritarios y a que nuevos partidos políticos tengan un camino más abierto a su emergencia en el panorama nacional y local. Ante la falta de liderazgo de los partidos mayoritarios frente a la crisis multidimensional actual es preciso facilitar la aparición de alternativas. Es algo necesario para salir del atasco en que se encuentra la democracia en unos momentos en que son necesarias nuevas ideas para afrontar los problemas del presente.
En tercer lugar, es preciso acometer medidas de reforma de los propios partidos que faciliten la democracia interna. Es frecuente oir a los militantes de los mismos quejarse de que en sus partidos no se puede hablar de política. Las consignas vienen de arriba hacia abajo y hay que seguirlas disciplinadamente. En otras culturas con mayor tradición democrática forma parte de la misma el debate interno y el disenso. En las votaciones al parlamento no se tienen contados los votos de antemano. Existe libertad de voto por parte de los parlamentarios. Sin esa libertad es difícil de justificar porqué es preciso que haya tantos diputados presentes y cobrando sueldo del erario público. Bastaría con un voto ponderado. Necesitamos crear espacios de discusión y debate dentro de los propios partidos. Probablemente esta falta de democracia interna sea la mayor barrera para que los jóvenes los rechacen. Y sin ella es muy difícil la necesaria renovación de ideas. Que no se engañe ninguno de los partidos mayoritarios. Todos necesitan analizar por qué ninguno ha sido capaz de hacer un diagnóstico de la crisis financiera y de la burbuja inmobiliaria a tiempo. Por qué no son, aún hoy, capaces de ofrecer ni un diagnóstico complejo ni, en consecuencia, un plan para afrontar la salida de la crisis. Todos han contribuido a crearla, desde los tiempos del autocomplaciente “España va bien”, o la alegría con la que se justificaba la desenfrenada subida de los precios de la vivienda argumentando que si todo se vendía era síntoma de buena salud económica. ¿Por qué todos han estado tan ciegos ante lo que veían y tan sordos a quiénes lo advertían? Parte del debate necesario y no iniciado iría en la dirección de lo que Sarkozy llamó la necesidad de refundar el capitalismo o en la necesidad de regulación democrática de los mercados que se hizo evidente tras el estrepitoso hundimiento de la economía de casino. Para ello será preciso revisar dogmas instalados en todos los partidos mayoritarios que han abrazado como denominador común el pensamiento neoliberal, desde los conservadores hasta los socialdemócratas. Tanto unos como otros deberían analizar las contradicciones internas que supone el antihumanismo liberal con sus propios humanismos. La tensión conservación-transformación que encarnan ambas ideologías es necesaria. En términos de complejidad son opuestos y complementarios dialógicamente relacionados. En cambio el dogma liberal hiperindividualista e hipercompetitivo, que justifica que cada uno tiene la suerte social que merece y cree ciegamente en la autorregulación de los mercados, es un peligroso disolvente social, y desde luego nos incapacita para encontrar juntos las necesarias salidas a la crisis civilizatoria en la que nos encontramos. El fracaso de los mercados financieros y del mercado inmobiliario para autorregularse debería ser suficiente como para demostrar la falsedad de una creencia que ha estado en la base del llamado “pensamiento único” y que ha llevado a la economía real a la quiebra con el consecuente cierre de miles de empresas y la pérdida masiva de puestos de trabajo. La especulación de unos pocos la pagamos todos. Algo que los neoliberales parecen haber borrado de sus memorias.
En cuarto lugar, es preciso innovar formas de democracia más participativa. Los ciudadanos que nos manifestamos en las nuevas ágoras de nuestras ciudades repetimos la consigna de que no nos representan. No queremos delegar nuestro voto en un partido incondicionalmente durante cuatro años. Para ello es preciso adoptar cambios tendentes a abrir espacios para que las cuestiones importantes pasen necesariamente refrendadas popularmente, como hacen en Suiza, por ejemplo. Islandia ha frenado en referendum las medidas de dos gobiernos de sentido diferente, el primero conservador, el segundo de coalición socialdemócrata-verde, que coincidían en hacer pagar a los ciudadanos la deuda de los bancos. Algo que el presidente de la República se negó a firmar sin ser pasado a consulta de quiénes habían de asumir las consecuencias de esa decisión. Una medida que en España se nos ha impuesto sin consulta. La democracia participativa además deberá facilitar que los ciudadanos se sientan implicados y vigilantes durante toda la legislatura, algo imprescindible incluso para favorecer gobiernos que tomen medidas fuertes ampliamente respaldadas. La democracia participativa es un contrapeso necesario al poder que tienen los grupos de presión. Los lobies económicos, la bolsa, los grupos de comunicación, no descansan durante cuatro años. Influyen día a día en los gobiernos. Sólo el permanente debate y respaldo ciudadano les puede hacer contrapoder. Somos más y es nuestra fuerza. Como repetimos en las plazas, “el pueblo unido jamás será vencido”.
Todas estas cuestiones se han puesto sobre el tapete por la ciudadanía. Pero no son las únicas. Más bien son las condiciones de juego democrático necesarias para afrontar el tema de fondo. El “error fatal del sistema: reinicio el 15-M”. De este modo los concentrados ponen de manifiesto que la crisis que afrontamos no es coyuntural, sino sistémica, algo que viene siendo analizado por importantes representantes del mundo de la cultura y el pensamiento desde hace décadas. Afecta a nuestro modo de estar en el planeta, un planeta finito de recursos finitos. Afecta a nuestro modo de concebir las relaciones entre individuos, entre el sálvese quién pueda y la solidaridad o fraternidad. Es una crisis que afecta a los valores, a lo que consideramos ideal del buen vivir. Resulta enormemente gratificante ver cómo este debate se abre espacio en las asambleas de las nueva ágoras abiertas en las plazas de todas las capitales de nuestro estado. Se habla de decrecimiento socialmente sostenible frente a crecimiento sin límites, algo que significaría un cambio de rumbo en la agenda de los partidos y que es preciso abordar para ajustar nuestros recursos para satisfacer las necesidades de todos. Se habla de que nadie es ilegal y las plataformas de inmigrantes se suman a la organización. Se habla de reparto del trabajo. Se proponen medidas para lograr el acceso de todos a la vivienda. Se habla de la necesidad de mantener una universidad pública, formadora de ciudadanos críticos, que dirija la investigación al diagnóstico y la solución de los problemas de nuestras sociedades en transición. Cualquiera que se acerque a estas asambleas públicas verá con asombro cómo los ciudadanos somos capaces de autoorganizarnos, de crear grupos de trabajo para afrontar los problemas y elevar propuestas. Es preciso acabar con el iluso dogma de que no hay alternativas. La utopía del capitalismo global feliz es una quimera que sólo beneficia a corto plazo a la economía especulativa a costa del desempleo y la desprotección social de la mayoría de la gente y de la irreparable destrucción de la naturaleza. Los cambios vendrán antes o después porque la quiebra de la civilización industrial es inevitable. Sus presupuestos son falsos y estamos topándonos ya con sus límites. Ya ha comenzado su ocaso como nos dice en su libro de despedida Ramón Fernández Durán. Cuanto antes tomemos conciencia de ello y antes empecemos a poner las bases de una civilización más sabia, más posibilidades tendremos de llegar a ella sin pasar por un incierto periodo de barbarie. Para ello el camino es la reconstrucción de la polis, a cuyo comienzo quizá estemos hoy asistiendo.
http://estebandemanueljerez.wordpress.com/2011/05/27/repensar-y-reconstruir-la-polis/
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